El Síndrome del Pequeño Emperador: “No puedo con mi hijo”

27 Marzo

27 Marzo 2015 por FEUSO | Noticias

¿Vuestro hijo impone su ley en casa? ¿Imposible decirle que no sin que estalle en un ataque de ira? ¿Sus llantos y rabietas agotan vuestra paciencia? Puede que esté sufriendo el Síndrome del Emperador, un trastorno del comportamiento en los menores que se da cada vez con más frecuencia, en el que se invierten los papeles: los hijos dominan a los padres y, en los casos más extremos, les maltratan.

No son mayores de edad, pero son los verdaderos jefes de la familia. No son delincuentes comunes, pero pegan, amenazan, roban, agreden psicológicamente. Son los protagonistas del Síndrome del Emperador, un fenómeno de maltrato de hijos a padres que se ha instalado con fuerza en la sociedad.

Este tipo de violencia no es nueva, pero en los últimos años su incidencia se ha disparado: desde el año 2000, los casos de este maltrato se han multiplicado por seis.

El niño tirano, ¿nace o se hace? Razones

¿Qué puede ocurrir en la personalidad de un niño para que llegue a agredir a sus padres? Los expertos señalan innumerables causas genéticas, familiares y ambientales que ayudan al desarrollo de este síndrome.

La falta de afectividad suele estar entre las causas principales: se da cuando hay un abandono de las funciones familiares, la sobreprotección y sobreexigencia simultáneas, los hábitos familiares determinados por la escasez de tiempo, la ausencia de autoridad, la permisividad y, sobre todo, la falta de elementos afectivos.

Sin embargo, hay especialistas que señalan que estos aspectos familiares o ambientales no son suficientes para explicar este fenómeno. La violencia necesita alguna causa más para aflorar, y suele hacerlo en la adolescencia como consecuencia de un deterioro personal, de una falta de educación emocional que cada vez se revela más importante.

Estos niños son incapaces de desarrollar emociones como la empatía, el amor o la compasión, lo que se traduce en dificultad para mostrar arrepentimiento por las malas acciones (en realidad, no saben que están haciendo una mala acción). Y aquí ya hablamos de causas biológicas. No se trata de niños que en algún momento perdieron la capacidad de ser empáticos, sino que nunca tuvieron esa capacidad.

Por otro lado, podrían tenerse en cuenta ciertas causas sociológicas, en un entorno en el que se desprestigia el sentimiento de culpa y se alienta el consumismo, la gratificación inmediata y el hedonismo (valgan como ejemplo los concursos y realitys de televisión en los que no son válidos factores como el esfuerzo, la inteligencia o la empatía para triunfar).

 El Síndrome del Pequeño Emperador: “No puedo con mi hijo”

Características de los niños con el Síndrome del Emperador:

  • Se sienten tristes, enfadados, y/o ansiosos, y suelen tener una autoestima baja.
  • Baja tolerancia a la incomodidad, especialmente si es causada por la frustración, el desengaño, el aburrimiento o la negación de lo que han pedido; entonces, la expresan con rabietas, ataques de ira, insultos y/o violencia.
  • Presentan escasos recursos para la solución de problemas o afrontar experiencias negativas.
  • Buscan las justificaciones de sus conductas en el exterior y culpan a los demás de lo que hacen.
  • Carecen de empatía. No pueden, o no quieren, ver la manera en que sus conductas afectan a los demàs.
  • Piden hasta el extremo de la exigencia. Una vez conseguido, muestran su insatisfacción y vuelven a querer más cosas.
  • Les cuesta sentir culpa o remordimiento por sus conductas.
  • Discuten las normas y/o los castigos con sus padres a quienes consideran injustos, malos, etc.
  • Buscan constantemente la atención. Y cuanta más se les da, más reclaman.
  • Les cuesta adaptarse a las demandas de las situaciones extra familiares, especialmente en la escuela, porque no responden bien a las estructuras sociales establecidas ni a las figuras de autoridad.

Pautas para evitar comportamientos tirano.

 En nuestras manos está poder evitar el maltrato de los hijos y los comportamientos tiranos; por eso, destacamos los puntos siguientes:

•    Ser coherentes. El padre y la madre deben tener la misma opinión respecto a cómo quieren educar a sus hijos, en cuál va a ser su modelo educativo y actuar ante él sin fisuras, porque si las hay, el niño se aprovechará enseguida de ellas.

•    No ser violentos con ellos. No pegar a nuestros hijos ni aplicar con ellos ninguna forma de maltrato es fundamental para que ellos no vean el maltrato como una forma habitual de relacionarse. Una de las consecuencias de los azotes es esa normalización de la violencia.

•    Eduquémoslos en las emociones. La disminución de la violencia y el altruismo están vinculados al aprendizaje emocional. Y para ello es clave enseñar al niño a gestionar sus emociones.

•    Es importante compartir con ellos sentimientos y preocupaciones, comunicarnos intensamente, buscar intereses comunes…

•    Expliquémosles las razones morales y prácticas que supone su mala acción. Es importante hablar con ellos una y otra vez sobre estos temas.

•    Enseñémosles autocontrol, la capacidad de esfuerzo, la necesidad de los errores para aprender, herramientas para la canalización de los conflictos…

•    Debemos ser claros en los valores y las normas, explicadas, para que no se sientan desorientados o inseguros y tengan puntos claros de referencia, al tiempo que respetamos su forma de hacer las cosas dentro de lo acordado.

•    Mejoremos la autoestima de los hijos, pues tener una valoración positiva de uno mismo les ayudará a afrontar la vida y las dificultades de modo decidido y positivo.

•    Para llevar a cabo todos los puntos anteriores, necesitamos dedicarle tiempo a nuestros hijos.

•    Rutina, rutina y más rutina. El día a día del niño debe estar pautado: horas fijas para comer, para acostarse, para hacer los deberes. También debe tener una serie de obligaciones en casa –hacer la cama, poner y quitar la mesa, etcétera– de las que no se puede escabullir. Y normas muy claras sobre su tiempo de ocio.

•    Supervisar todas las actividades de los hijos.

La violencia, física o psicológica, de niños y adolescentes hacia sus padres tiene una incidencia cada vez mayor tanto en las familias tradicionales como en las monoparentales (más elevadas todavía). Y lo que conocemos tal vez sólo sea la punta del iceberg, porque muchos padres no denuncian estos hechos.

 

Imma Badia Camprubí
Secretaria de Salud Laboral FEUSO.

Back to top